Ni la comida, ni la ropa, ni toda la estupidez que te compraste podrá llenar el hueco enorme que llevás en el corazón, ese agujero inmenso por el cual se te va saliendo poquito a poco la vida. Sin reparación, sin forma de mantenimiento alguna, te vas desvaneciendo en medio de ilusiones muertas, decadentes, inodoras y amorfas. Has perdido tu norte y estás por perder tu sur, tu este y oeste. Muy pronto tus puntos cardinales van a dejar de tener sentido y parecería no importarte; vas en espiral, vas en decadencia, vas cayendo en picada y no hacés nada: sos detrimento. Puedo decirlo en cuanta forma gramatical me sea posible estructurar; se me acabaran los adjetivos y seguirás cayendo; aprenderé a decirlo en cuanta lengua pueda ocurrírseme y seguirás estando mal. Vos lo sabes.
Pero tonto, no sos. Tus bromas y tu sentido del humor han podido formarte una cortinita de humo, una medida precautoria, un retenedor emocional que pronto colapsará y dejará al descubierto tus más grandes temores, tus inseguridades y tu terrible ignorancia. Lo he dicho, te lo he dicho, caés y no te esforzás por impedirlo. Llorás y no tratas de parar el torrente. Te autodestruís con tu actitud pasiva. Emocionalmente afectado -decís- pero sin saber por qué. Cansás a la gente que te quiere con tus dilemas absurdos, con tus preocupaciones mundanas y estúpidas manías. Sos fijación. Sos obsesión compulsiva. Sos un llamado de atención que se distrae entre tanto drama. Un escándalo venido a menos, una queja no atendida y una incomodidad pasajera. Andá dormí ya, hacete ese favor.
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