abril 26, 2011

Batallar


Camino por los pasillos de un edificio viejo y me veo en el reflejo de sus ventanas cerradas. Veo mi silueta y me reconozco, pero no sé quien soy. Sigo caminando y encuentro un par de puertas abiertas. Las veo con el rabillo de mis ojos y apresuro mi andar. He decidido ignorarlas una vez más
(lo hago con cierta frecuencia). Armado de valor me dibujo una sonrisa falsa y con ella soy invencible: Sorteo las miradas curiosas y las preguntas impertinentes. Con mi sonrisa falsa las explicaciones sobran y los buenos días parcos fluyen como con vida propia. Mi mentira es mi fiel compañía. Mi soledad es mi única verdad. Mi estancia gélida, mi destino. Ese que me espera impaciente: la máquina de vapor, la fábrica del orden, la justicia hecha palabras ininteligibles, los párrafos monstruosos pero leales, las rutinas y los quehaceres que ingenuamente pretenden combatir las manías de perfidia y los sentimientos execrables. Atrás queda lo que te pudre. Pero me rebota. Me impacta. Estoy y no estoy. Me instalo en medio de mi propia búsqueda de perfección. Esa que me deja sin tiempo y sin juventud, sin vida. La que me deja sin nada y sin nadie, vacío de ideas, vacío de espacio, sin propósito compartido. Anónimo en vida y en la muerte, recorriendo pasillos con una batalla sobre los hombros, una sonrisa falsa y un par de buenos días prostituidos en los labios.


2 comentarios: