junio 18, 2010


Sí te quiero, papá.

Me da miedo decírtelo en voz alta porque no sé cómo vas a reaccionar, pero sí te quiero. Anoche, mientras cenábamos, lo pensé. Por supuesto, las palabras se quedaron al filo de mis dientes, tambalearon, así como queriéndose deslizar y salir, pero no las dejé. Las volví a guardar en el mismo lugar de siempre, que se queden ahí -me dije-, que se las coma la boca de mi estómago o que sean combatidas a muerte por las otras tantas que algún día quise decirte: las feas, las hirientes, las que decidí ya nunca más pronunciar para ser coherente con el pacifismo que ahora pretendo predicar.

Pero sí te quiero, papá.
Ojalá lo notés. Ojalá lo sintás en ese abrazo que ya nos damos con más frecuencia -al parecer, la distancia nos cayó bien-, ojalá lo notés en la sonrisa que me sacás cuando escucho que soy tu goido, que siempre lo fui y que no lo voy a dejar de ser jamás; ojalá que, aun sin conocerme del todo, sepás que no te guardo rencor, que la cicatriz se borró y que ya no te quisiera cambiar por otro, porque sos mi papá y soy un poco de vos. Ojalá lo veás, porque de momento no pienso decírtelo..."eso no es de hombrecitos".


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junio 16, 2010

Consumismo destructivo*


Doy una salidita por ahí y gasto ciento setenta y nueve dólares con setenta y ocho centavos de los Estados Unidos del Norte de América –qué asco–. Voy a una cena de amigos, copitas para cada uno, ¿postrecito? no, no, muchas gracias –estoy gordo– y deslizamos entre tres tarjetas la fría cantidad de ciento cuarenta y cuatro dólares, ajá, de los Estados Unidos del Norte de América. ¿Un calzón para levantar tus nalgas? Claro, es tuyo por treinta y tres dólares de los putos Estados esos. Una libretita** para apuntar cosas como esta, escribir sobre vos y otras mierdas más, diecisiete dólares con cincuenta centavos –ya ni digo de dónde, a estas alturas, ya bien sabemos–. Un pollito ridículo de juguete al que te parecés, que te regalé y que dejé escondido en tu gaveta antes de salir: cuatro dólares con noventa y nueve centavos –¿noventa y nueve centavos?¿Por qué putas no lo dejan en cinco y ya?–. Todo aquí parece tener un precio –aquí en la vida, claro está–, pero ahora mismo poco me importa, quizá ese sea –por el momento– el único precio que pago por caer en vos –entre guiones–.

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* Marzo de 2010.
** Moleskine negra, divinísima.


junio 06, 2010

Ayer

Todo estuvo configurado para que te conociera: la cena previa con los colegas y su indefectible final con tintes alcoholizados; la consecuente y predecible pelea entre mi jefe-colega bonachón pasadito de copas y su horrible novia gorda consentida no-se-lo-merece; el sentimiento de no querer que la noche se acabara ahí; las ganas de seguirla, pero ya no en ese ambiente, ya no como pez en pecera, sino en mar abierto.
Todos y cada uno de los segundos involucrados se alinearon y ejecutaron relevos perfectos. Una inexplicable concatenación de eventos que me llevaría a la barra de un bar 3 metros bajo tierra, al neón azul en mi cara y a una sed violenta en mi garganta que demandaría con urgencia agua fría y embotellada.
Hasta que finalmente nos encontramos: vos a mí o yo a vos, poco importa. Lo cierto es que al vernos pusimos nuestras mejores sonrisas, las de gala: la mía un poco torcida y la tuya, en cambio, perfecta. Ese segundo, no cualquier otro, es el que quisiera poder vivir por siempre. Memorizarlo y no dejarlo empolvar jamás. Quisiera experimentar el momento exacto en el que me saludaste con tus cejas arqueadas, ese instante en el que asestaste veinticinco puñaladas a la boca de mi estómago, ese brutal pero encantador golpe a mi pose de yo-aquí-no-le-hablo-a-nadie.
Todavía lo recuerdo todo con claridad. Tengo en la orilla de mi memoria tus ojos tibios y tus manos largas sobre mi barba incongruente. Tus cumplidos de primer mundo y tu actitud serena, malcriada pero al mismo tiempo seductora. Tu pecho fuerte, hombros simétricos y tu espalda esculpida en suavidad.
No puedo dormirme, me acuesto en la cama, pero no quiero dormir. No ahora, no justo ahora que te recuerdo y te releo en mi mente como se vive el presente; no ahora que disfruto sintiéndome primerizo al recitar como de memoria todos nuestros diálogos. Prefiero levantarme de golpe y escribirte estas líneas con la pretensión de capturarte en ellas y hacerte inmortal. Me urge dejar constancia del beso de bienvenida y de buen viaje; de la cosquilla en mis labios y de tu pelo bobo entre mis dedos; del abrazo de hasta pronto y de la plática de rutina –¿me llamás?, ¿me escribís?, ¿me vas a llegar a visitar?–. Quiero escribirte esto hoy, mientras aun te recuerdo; hoy que lo inestable de mi memoria aun no ultraja con un quién-sos-vos a tu recuerdo; Hoy que aun te vivo, hoy que aun te siento, como si hubiera sido ayer.