octubre 31, 2011

El Águila Roja


Hoy quiero hablarte a la cara.
Hoy quiero verte a los ojos.
Quiero decirte lo que pienso.

La maleza con garras de muerte es inquilina de tu pecho y lo ha sido desde hace ya mucho tiempo. Vos lo sabés y, a pesar de que nunca te has esforzado por ocultármelo, en breve lo descubriré con absoluta certeza -yo conozco tu tipo-. En breve, como un kleenex, limpiaré tus excretas y mi destino será una papelera o, en el peor de los casos, una tubería. Mis sospechas estarán finalmente difuminadas.

Ya las dudas son pocas: tus demonios existen y son ellos los que sujetan tu buena voluntad con mordazas envenenadas, los que queman los puentes que me llevan a vos.

Son ellos los mismos que te hicieron perder la batalla de batallas. La batalla contra su patrona, la predadora absoluta: el águila roja, rapaz y visceral, esa que late dentro de tí como la inquilina impostora, la golfa palpitante que te marca con grafías no registradas en mi alfabeto, la misma que te vuelve ininteligible a mis sentidos. Esa peligrosa águila roja que late perversa en tu pecho y que me reduce a una ínfima nada. Esa que te ganó y me hizo perderte para siempre.


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