septiembre 06, 2010

Cuando la decadencia toca tu puerta


Son las seis de la mañana con quince minutos. Tenés una hora de haber llegado a tu casa. Intentás dormir, pero te cuesta porque aun estás un poco mareado por las risas de la noche. Finalmente lográs conseguirlo cuando de repente:

[timbrazo]
. . .

[timbrazo, timbrazo]
. . .
Tu entrecejo fruncido.

. . .
[timbrazo, timbrazo, timbrazo]
. . .

Entrecejo marcado. Almohada estrujada.

. . .
[timbrazoooooooooooooooo. Ti-Ti-Ti-Timbrazo,
Titi-titi-timbrazo, timbrazo, timbrazo, timbrazooooooooooo]

El escándalo es oficial.
Te levantás resignado. Buscás una camisa. ¿Quién podrá ser? ¿Qué camisa? No importa, la que sea. Salís de tu cuarto. Caminás hacia la sala y ves que alguien trata de meter su cabeza por la ventana. Esto no puede ser nada bueno. Observás. Hacés una pausa y tratás de enfocar. Asimilás. Luego reaccionás. Abrís la puerta y no es una, son tres personas. Y no vienen solas, traen su alcohol y su estrés sexual. Son esta, aquella y la otra.

Esta
: Alta, lánguida y apenada -sumamente apenada- vomita una verborrea de mariconerías en tu cara y te hace dudar. ¿Estoy soñando? Todo parece una pesadilla multicolor al oirla hablar. Jamás en tu vida habías escuchado el vocativo "niña" con tanta insistencia y ceremoniosidad. Cinco, seis y hasta siete veces en una misma oración: "niña, disculpanos, niña mirá, niña prestame tu baño...".


Aquella
, en cambio, va tambeleándose por la sala, sin coordenadas ni cuadrantes perceptibles a los sentidos humanos. Da un paso, da el otro, y eso ya es un logro suficiente para su mañana de incipiente resaca. La ves y no sabés qué sentir: cólera, risa -mucha risa- o lástima. Lo peor es verla de rodillas intentando tomar agua del lavamanos. Al ver esto pensás que lo has visto todo, pero como no querés verlo todo a tus veintisiete años... corrés y gentilmente le ofrecés agua del refrigerador. Levantate, seguime, vení, le decís y la guiás del brazo como si fuera una paciente de cuidados intensivos.


La otra, la más linda de las tres, te mira con hipnotizantes ojos de espiral, incrédula de ella misma, estupefacta de la charada de la que forma parte, pero a la vez orgullosa, lúcida en apariencia, en su hablar, en sus maneras, en su humor ácido y perspicaz. Son sólo sus ojos los que la delatan, esos espirales en movimiento que te dan tanta risa y tantas ganas de abrazarla para decirle al oído: por qué putas estás con estas decadentes. Vos no pertenecés con ellas, sos más linda, sos más inteligente, lo único que las une es un alcohol pasajero y decadente, el alcohol de la madrugada, el que se escapa por los poros y termina matando la lujuria, el vigor sexual y las últimas neuronas del fin de la semana.

Y así como llegaron de rápido, así se fueron... y luego vos te quedás solo. Y pensás. Y escribís: cuando la decadencia toca la puerta de tu casa en la mañana de un domingo, te deja solo con la insistencia de diez timbrazos repicando en la cabeza. Se va cómica, tambaleándose por las gradas. Se va maricona, se va emplumada, apresurada quién sabe por qué.



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Cualquier parecido con la realidad es pura y dura coincidencia.
Esta es una versión editada.

3 comentarios:

  1. ¿Cóooooooooooooooooooooooooomo?

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  2. No pensé que te hubieras enojado tanto. Perdón, de verdad.

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  3. Hola, anónimo número dos. Obviamente, no sé quién sos, ni conozco las razones que te motivan a pedir perdón. Esta es sólo una historia de esas cosas que pasan.

    Pero gracias por leer :)

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