noviembre 23, 2011

Toma y daca


Sabías que llegaría quince minutos tarde y de todas formas te presentabas a tiempo. Al ver que salía del tren, mirabas el reloj y tus cejas arqueadas jugaban a regañarme. Yo, en cambio, jugaba a tener vergüenza, a sentirme apenado por el retraso; yo jugaba a que te abrazaba fuerte para pedir perdón. Vos, inmutable, jugabas a posar la indignación: querías más abrazos, querías más besos. Te dejabas consentir y yo me prestaba al juego; yo me prestaba al rubio en tu pelo, a la humedad en tu abrigo, a la lluvia en tus cejas, esa lluvia que -por supuesto- alegabas como agravante a mi tardanza.

Jugábamos los dos. Y jugábamos limpio, sin trampa ni malicia.
Jugábamos un juego justo, pero sin salida.
Pasábamos las horas respirando sin presión, deslizándonos entre cañas con limón.
Encontrábamos salidas sin entradas, volábamos sin despegar.
Nos abrazábamos sin complejas pretensiones,
Jugábamos por afición y con pasión.
Jugábamos a mentirle al tiempo, a ilusiones fatuas y emociones díscolas.
Jugábamos a besarnos sin tocar los labios,
A ser vos y yo,
Jugábamos a tener citas.

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