junio 18, 2010


Sí te quiero, papá.

Me da miedo decírtelo en voz alta porque no sé cómo vas a reaccionar, pero sí te quiero. Anoche, mientras cenábamos, lo pensé. Por supuesto, las palabras se quedaron al filo de mis dientes, tambalearon, así como queriéndose deslizar y salir, pero no las dejé. Las volví a guardar en el mismo lugar de siempre, que se queden ahí -me dije-, que se las coma la boca de mi estómago o que sean combatidas a muerte por las otras tantas que algún día quise decirte: las feas, las hirientes, las que decidí ya nunca más pronunciar para ser coherente con el pacifismo que ahora pretendo predicar.

Pero sí te quiero, papá.
Ojalá lo notés. Ojalá lo sintás en ese abrazo que ya nos damos con más frecuencia -al parecer, la distancia nos cayó bien-, ojalá lo notés en la sonrisa que me sacás cuando escucho que soy tu goido, que siempre lo fui y que no lo voy a dejar de ser jamás; ojalá que, aun sin conocerme del todo, sepás que no te guardo rencor, que la cicatriz se borró y que ya no te quisiera cambiar por otro, porque sos mi papá y soy un poco de vos. Ojalá lo veás, porque de momento no pienso decírtelo..."eso no es de hombrecitos".


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