junio 16, 2010

Consumismo destructivo*


Doy una salidita por ahí y gasto ciento setenta y nueve dólares con setenta y ocho centavos de los Estados Unidos del Norte de América –qué asco–. Voy a una cena de amigos, copitas para cada uno, ¿postrecito? no, no, muchas gracias –estoy gordo– y deslizamos entre tres tarjetas la fría cantidad de ciento cuarenta y cuatro dólares, ajá, de los Estados Unidos del Norte de América. ¿Un calzón para levantar tus nalgas? Claro, es tuyo por treinta y tres dólares de los putos Estados esos. Una libretita** para apuntar cosas como esta, escribir sobre vos y otras mierdas más, diecisiete dólares con cincuenta centavos –ya ni digo de dónde, a estas alturas, ya bien sabemos–. Un pollito ridículo de juguete al que te parecés, que te regalé y que dejé escondido en tu gaveta antes de salir: cuatro dólares con noventa y nueve centavos –¿noventa y nueve centavos?¿Por qué putas no lo dejan en cinco y ya?–. Todo aquí parece tener un precio –aquí en la vida, claro está–, pero ahora mismo poco me importa, quizá ese sea –por el momento– el único precio que pago por caer en vos –entre guiones–.

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* Marzo de 2010.
** Moleskine negra, divinísima.


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