mayo 25, 2011

Espejo III

El dolor que a veces necesitás para recordar que sos humano y para mantener siempre los pies plantados sobre la tierra es aquel que llega directo al corazón, sin hacer escalas en el abdomen, ni paradas técnicas en la boca de tu estómago.


Es ese dolor sordo con el que enmudeces y te inmovilizás. Ese cosquilleo punzante que recorre todo tu cuerpo cuando leés tres líneas foráneas que te cancelan. Tres cortas líneas que abrazan una emoción tan ajena a lo que siempre has estado acostumbrado. Esas palabras tan contundentes que te escupen en la cara y te recuerdan que no siempre vas a tener lo que deseás; no importa cuánto creás merecerlo; no importa cuánto pensés que has trabajado para ganártelo.


Este dolor te enseña a siempre recordar que hay decisiones que te sobrepasan y que no podés hacer nada más que aceptarlas con entereza. Es el agudo dolor que te hace recordar lo básico que sos en un mundo de conexiones y burocracia. Es la punzante agonía de saber que hay poderes aun más grandes que el conocimiento y la razón. En efecto, este es un dolor que te enoja; te nubla de irascibles pensamientos y de una impotencia cruel ante el severo revanchismo del cual te crees víctima.

Pero vos qué sabés. Sos doliente e imaginás de todo.

El dolor que te empuja a vislumbrar un epítome de arbitrariedad concentrado en tres líneas. Esparcido en dos párrafos. Sintetizado en una palabra de dos letras. Un no que te cuesta tanto entender, pero que seguramente te enseñará, a fuerza de tropiezo, a no cometer los mismos errores, a no confiar en las mismas personas y a conducir tu vida fiándote únicamente de tus propias convicciones.

Este es el dolor que te enseña a desconfiar.

----------------------------------------------------------------------
Escrito feo y de golpe -a cientos de palpitaciones de corazón por minuto- hace 10 días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario