junio 24, 2011

El proyecto confeso

Realmente no sé qué tan válida pueda considerarse una confesión realizada en la comodidad del anonimato. Como sea, y prevaliéndome del carácter cuasi-anónimo de este mi/nuestro/vuestro espacio de lectura/terapia/libre-expresión/intercambio de ideas, confieso que hoy tengo ganas de salir de la oficina, irme a una tienda de ropa y empezar a comprarme conjuntitos y camisitas y shortcitos y pantalocitos y hasta calzoncitos. Hoy tengo ganas de consentirme como solo el empedernido consumista puro y duro puede hacerlo: comprando cositas que lo hagan sentir con guapura y gracia y porte y eleganza extravaganza. ¡Zaasa-la-zassa!. Hoy quiero salir de estas tres paredes y vidrio, olvidarme del estrés, de lo recto, del análisis, de lo puro y del trabajo y de las pugnas y del odio y del dijo-esto, lo-otro y lo-aquello; manejar hasta la tienda más cercana y comenzar a gastar los billetitos y moneditas y centavitos que me costaron tanto el mes pasado. Hoy tengo ganas de salir de aquí y tirarme un clavado mortal en el acantilado del consumismo, dejarme arrastrar por su corriente, dar vueltecitas en sus remolinos y revoltijos y amasijos. Hoy quiero probarme los conjuntitos que nunca me pruebo (por miedo a que no me queden), comprarlos y amarlos y usarlos y ensuciarlos y estrujarlos y arrancarlos de mi cuerpo después. Botarlos, quemarlos, enterrar sus cenizas y hacer de cuenta y caso que este delirio consumista nunca sucedió. Solamente.


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Qué asco me doy. Post escrito con los ojos en espiral.

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