junio 13, 2011

Vox


Mi voz protesta enérgica contra tu nombre. Me constriñe a no articularlo nunca más: "no podés, no debés", me dice con firmeza y se rehúsa a pronunciarlo. Muchas veces trató de oponerse, muchas veces intentó cruzar cuerdas y flaquear ante esa composición de sílabas que te representan, pero todo falló.

Es finalmente hoy, en esta tarde tan gris -tan vos-, que amenaza con dejarme por siempre y nunca más servirme si te invoco nuevamente.
Con frialdad y sentenciadoras pausas me lo advierte: "Olvidate de mí si volvés a pronunciar ese nombre tan azul, tan frío, tan abyecto. Ese nombre que tantas veces lloraste al vacío, a los cuartos oscuros de tu propia soledad. Esa figura de traición que dos veces te negó, tres se olvidó de vos y que nunca tuvo la deferencia mínima en lo que concierne a los asuntos de tu corazón".

Esta tarde mi propia voz se acalla.
Esta tarde protesta contra mi necedad irracional, sin mesura. Hoy me frena y me aquieta las ganas de conjurarte. Me hace ver lo absurdo de tu nombre vomitado al vacío, como siempre; vomitado a la nada, comme d'habitude.

E
se nombre que, así lo gritara o lo susurrara, se desgastaría en tus oídos y se filtraría como arena entre tus dedos.

Ese nombre que -sin respuesta, sin réplica- no dejaría nada más que heridas en los acordes de mi voz,
profundos surcos que me reclamarían por siempre y que -seguramente- sabrían olvidar, pero jamás perdonar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario