junio 29, 2011

Espejo IV


Otra vez frente al espejo y te silencia una mezcla de cólera y tristeza. Este espejo que habla y te cuenta sobre tu indiferencia por la gente que se desprende de la vida, de tu vida. Pero no te importa. No te mueve, no pasa nada. Nunca pasa nada.

¿Qué clase de ser humano soy? ¿Quién soy?

De sobra es conocido que todos tenemos un ego, un orgullo, pero vos probablemente tenés dos. Este espejo no miente y me dice que quizá sean más, no lo sé. Quizá sea egoísmo. A estas alturas de tu vida deberías haberte dado cuenta de que es imposible andar por el mundo considerándose superior a los demás, pensando que todos alrededor son sencillamente descartables, tanto como un cartón de leche o una lata de atún. Deberías haber aprendido ya que la gente no se recicla. Aquí no aplica la teoría de los recursos renovables. Deberías bien saber que las diferencias no se corrigen, ni se excluyen por descarte. Muy bien harías al aceptar que la divergencia de pensamiento existe y es tan válida como el aire mismo que respirás.

La opinión diversa que se encuentra con otra sin choque, sin drama. ¿La conocés?

El mundo no se acaba si otros hablan otras lenguas, se mueven a otros ritmos y visten diferentes pieles; no podés medirlos con tu sistema métrico, ese tan prohibitivo, tan tuyo, porque nunca vas a tener resultados satisfactorios.

El espejo nunca miente, y esta vez me dice que deberías luchar por las personas que merecen la pena. Dejar el orgullo guardado. Ese que te dobla en tamaño y te triplica en peso. Dejalo ir y abrazá tu humildad.

Abrazá a los que te quieren y, sobre todo, pensá en la fortuna inmensa que tenés, porque no cualquiera se aventura en la empresa de quererte.

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