enero 20, 2010

Cama


Me duele todo. Me dormí a las cinco de la madrugada y me desperté a las nueve de la mañana. He dormido cuatro horas. Ahora mismo, escucho sangre bombeando su paso a través de mi cabeza, mi cerebro. Cada golpecito me recuerda por qué no debería tomar tanto y por qué sería conveniente que dejara de desvelarme todos los fines de semana.
Antes de acostarme -en mi cama, en mi casa- me acosté a las dos de la madrugada, no en mi cama, no en mi casa, sino en la de alguien más. Ensucié sábanas ajenas y dejé mi olor en el cuerpo de otra persona. Deshice la cordura y encerré al pudor en un cuarto, muy oscuro, muy lejos de la conciencia. La puerta de la lujuria abierta y el placer entrando y saliendo por ella, en libertad. Libre.


Pero entonces se acabó. Como todo, se acabó. Hora de regresar a mi cama, a mi casa. Ahora mismo, tengo el dolor de cabeza excitado por el recuerdo de las sábanas sucias y el olor a intimidad.

Me duele el corazón.
Me duele la mente.
Me duelen los sentimientos. No quiero recordar, pero parece inevitable.

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